SMART

¿Cuántas veces hemos deseado cambiar alguno de nuestros hábitos, o introducir mejoras en alguno de los ámbitos de nuestra vida?. ¿Lo hemos conseguido?  Y, si no es así, ¿dónde se ha quedado nuestro deseo?.

Durante la segunda mitad del siglo XX se produjo una auténtica explosión en la mejora de las técnicas de gestión empresarial. Aparecieron toda una serie de gurús que analizaron en profundidad la manera de trabajar de las grandes organizaciones, y los cambios introducidos en esa época fueron claves en auténticas historias de éxito posteriores.

Como ya menciono en otras entradas de este blog, considero que cada persona es como una pequeña empresa, y gran parte de la literatura que se generó en su momento para la mejora de corporaciones de todo tipo y tamaño es también aplicable en muchos casos a nosotros mismos.

En esta ocasión, me gustaría mencionar la labor efectuada por Peter Drucker en lo que se denominó “Gestión por objetivos”, centrándome especialmente en el método SMART.  Cuando se le puso este nombre, se jugó con un doble sentido:

  • SMART, en inglés, significa “listo” en castellano
  • SMART está formado por cinco letras, cada una de las cuales es la inicial de una palabra clave en el método.

Efectivamente, según este método, para comprobar la validez de unos objetivos, éstos deben ser:

  • Específicos (“Specific” en inglés)
  • Medibles (“Mesurable”)
  • Alcanzables (“Achievable”)
  • Realísticos (“Realistic”)
  • Pautados en el tiempo (“Time-related”)

Por consiguiente, si yo estoy pensando en mejorar profesionalmente, mi objetivo no debería formularse con un mero “deseo mejorar mi sueldo” (o, todavía peor, en negativo, “deseo que no me bajen el salario”) sino ir mucho más allá. Por ejemplo, debería concretar el importe de lo que desearía ganar, cuándo quiero que se haga realidad, y luego detectar de qué manera en mi cargo actual, o en qué puesto de trabajo en mi empresa o en cualquier otra organización, podría obtener la remuneración a la que aspiro, y establecer una hoja de ruta para llegar a ello. Dentro de este plan, a lo mejor habría un apartado en el que me plantearía contactar con mi jefe o con la persona del Departamento de Personal que toma decisiones sobre qué individuo ocupa este determinado cargo que anhelo. Es posible que también fuera precisa una determinada formación de la que en estos momentos carezco. En este punto específico, debería moverme para averiguar dónde se adquieren los conocimientos que preciso, qué coste tienen, etc.

Para simplificar, de todos los posibles frentes de actuación que han aparecido en el párrafo anterior, centrémonos solamente en esta última parte de formación, y establezcamos una meta. Una posible formulación sería “Quiero cursar los estudios X , y debo haberlos superado en tal fecha”. Veamos si es o no SMART:

  • Es específico: define qué es lo que queremos, cuál deseamos que sea el resultado, cuándo nos vamos a poner a ello, y deberíamos acabar de determinar qué recursos precisamos, tanto de tiempo como de dinero.
  • Es medible: hemos establecido con precisión cuáles son los estudios, qué cuestan, y qué tiempo me hace falta para sacarlos adelante.
  • Es alcanzable: debemos tener una formación de base que nos permita superar estos estudios, disponer de un pequeño plan para obtener el dinero necesario para ello, y tal vez negociar con nuestra pareja o nuestra empresa de dónde sacaremos el tiempo necesario.
  • Es realístico: todo lo anterior debe ser posible, debemos intuir que seremos capaces de financiar el curso salvo catástrofe, y que no provocaremos a nuestra empresa o pareja molestias insuperables.
  • Es pautado en el tiempo: establecemos correctamente una fecha en la que habremos cursado los estudios.

Evidentemente, todo lo anterior es aplicable al resto de frentes de actuación que han surgido de la formulación “quiero ganar el sueldo X a partir de tal fecha”, o a cualquier tipo de objetivo, financiero o no. Lo importante es que lleguemos a concretar hasta el más mínimo detalle para que no nos encontremos con que en el último momento aparece algo que impide alcanzar la meta propuesta. En el instante que alcanzamos un objetivo, la sensación es de éxtasis. Sin embargo, no debemos olvidar que por cada intento en el que fracasemos irá aumentando la sensación de frustración de tal manera que podemos llegar a creer en nuestra incapacidad para alcanzar una determinada meta. Por tanto, debemos tener claro qué es lo que deseamos, y en el momento en que lo veamos factible, poner toda la carne en el asador para que se haga realidad. Seguramente un buen coaching financiero ayudará a ello.