Si estás leyendo estas líneas, es muy posible que tengas inquietudes en temas de economía doméstica y sobre cómo nos manejamos con el dinero. También es probable que ya sepas que en Internet se puede encontrar muchísimos consejos, información y herramientas para poder gestionar mejor nuestras finanzas personales.
No obstante, la experiencia demuestra que, salvo algunas excepciones, nadie aprende leyendo: la teoría debe ponerse en práctica, y en el momento de emprender algo que no se ha hecho con anterioridad siempre ayuda la presencia de una persona que te acompañe y que, en cierta forma, te entrene (coach en inglés).
Yo creo firmemente en las virtudes del coaching financiero para hacer aflorar consciencia y responsabilidad. Consciencia sobre cuál es nuestra situación y hacia dónde queremos dirigirnos, y responsabilidad desde el punto de vista de que llegar a la meta que nos marquemos depende solamente de nosotros.
A lo largo de un proceso de coaching, en primer lugar establecemos unos objetivos, en los que de entrada es aconsejable no tener en cuenta ningún tipo de condicionantes. Luego se analiza la realidad, donde se ve con qué se cuenta para llegar a las metas marcadas, y, si es necesario, se ajustan de nuevo los objetivos. Después de este análisis, saldrán a relucir toda una serie de opciones, estrategias y posibles actuaciones, que deberán estar alineadas con los objetivos propuestos. Finalmente, se deberá concretar qué se va a hacer y de qué manera.
En todo este camino, el protagonista eres tú: te corresponde a ti decidir qué quieres y cómo llegar a ello, pero te ayudará mucho la presencia de alguien que te haga preguntas que te hagan reflexionar. Si, además, esta persona tiene amplios conocimientos financieros, y puede resolver dudas de tipo técnico sobre, por ejemplo, determinados productos, o sobre cómo enfocar una negociación con una entidad financiera, el diálogo que se genera es muy rico y permite avanzar rápidamente.