Uno de los aspectos financieros de nuestros clientes donde acostumbramos a dedicar un rato es el relativo a sus seguros, es decir, responder a la pregunta «¿estamos bien asegurados?».
En general, ante cualquier producto financiero que hayamos contratado, lo primero que hay que plantearse es para qué lo tenemos y cuál es la necesidad que debe cubrir, porque en ocasiones nos encontramos que:
– o bien nunca hubo un motivo concreto más allá de que alguien nos recomendara (o, incluso, nos «colocara «) el producto,
– o bien esta necesidad ha desaparecido ,
– o bien el objetivo del producto no es suficientemente adecuado para el motivo, o, en el caso de seguros, la cobertura no es lo bastante correcta.
Así, en el momento que nos tomamos un espacio para repasar lo que tenemos, es habitual darse cuenta de que hay muchos aspectos mejorables.
Podemos poner unos cuantos ejemplos.
En seguros del hogar, hay dos importes básicos que debemos asegurar: continente, que equivaldría a las paredes, suelo, techo e instalaciones básicas de la vivienda (o, dicho de otro modo, lo que no caería en el caso hipotético de que pudiéramos girar la vivienda del revés), y el contenido, que sería todo lo demás (electrodomésticos, muebles, ropa, joyas, etc.).
El valor del continente no es lo que hemos pagado por la vivienda, porque esto último incluye el valor del terreno donde se ha edificado, y, en principio, no puede pasar nada al suelo que afecte su valor. Por tanto, en caso de un siniestro de grandes dimensiones, el valor a asegurar sería equiparable a lo que costaría desescombrar el lugar donde había la vivienda y volver a dejarla como el día que el constructor la entregó al primer propietario. Evidentemente, no hay ninguna razón por la que tenga que coincidir con el valor de la hipoteca (aunque parece que hay bastantes oficinas bancarias que esto lo desconocen). Dado que es un importe que resulta difícil de estimar para aquellos que no estamos dentro del sector de la construcción, las compañías de seguros suelen recomendar un valor por metro cuadrado, que estará en función del tipo de vivienda y de sus acabados.
Por otra parte, conviene que le demos la importancia que se merece al contenido, y dediquemos un rato a hacer inventario de lo que tenemos. El ejercicio que habría que hacer es imaginarse que perdemos todo lo que tenemos en casa (sabemos que no es un pensamiento agradable, pero los seguros son para casos de este tipo), y ver qué costaría volver a reponerlo todo. Si lo hacemos bien, los resultados suelen ser sorprendentes, porque poco a poco en una vivienda se acaban acumulando muchas pertenencias que, todas juntas, tienen un valor monetario importante .
Un último ejemplo que quisiéramos mencionar es el relativo a los seguros de vida que muchas entidades financieras piden para conceder una hipoteca. Será conveniente que vayamos revisando el valor asegurado, porque, como es normal, la hipoteca cada vez será más pequeña, pero si nadie hace un seguimiento, el importe asegurado en la póliza de vida se quedará como el primer día, y a medida que pasen los años la diferencia entre uno y otro valores se irá haciendo más y más grande.
Por desgracia, en nuestra experiencia hay muchos más ejemplos, pero una lista exhaustiva de todos ellos harían esta entrada del blog demasiado larga.
En definitiva, volvemos a poner conciencia sobre la importancia de que los productos financieros que tenemos sean adecuados para la necesidad de que en su día originó que los contratáramos. Vale la pena dedicar un rato, y si esto se hace al lado de un experto, aún más.