Lo que voy a contar ahora pasa muy a menudo cuando estoy con un cliente que se pone en contacto con acOnseguir porque no llega a ahorrar o a alcanzar una determinada meta, aunque aparentemente cuenta con ingresos más que suficientes para hacerlo. Una vez terminado el correspondiente análisis, encontramos el origen del problema en lo que yo llamo los pequeños gastos que nos desvían de nuestros objetivos.
Efectivamente, en el proceso de análisis mencionado en el anterior párrafo miramos los ingresos (si es un trabajador con nómina, acabamos rápido), y los gastos. En este capítulo, los más significativos casi siempre están muy claros, sobre todo cuando pasan por el banco: alquiler o hipoteca, alimentación, suministros, escuelas, mantenimiento del coche, gasolina, los principales seguros, etc. Y llega un punto en el que da la sensación de que los ingresos superan de largo los gastos, pero las cuentas bancarias dejan bien a la vista que no hay ahorro. ¿Dónde está ese dinero que falta?.
Es relativamente habitual que seamos muy reflexivos cuando nos compramos un electrodoméstico, o hacemos unas reformas, o decidimos cursar unos estudios, o incluso cuando vamos a comprar ropa, por no decir en el momento de adquirir (o alquilar) un piso o un coche. Pero hay toda una serie de pequeños importes, con frecuencia recurrentes, que como son de poca importancia creemos que no merecen nuestra atención, y pasan el filtro. La frase habitual sería «con el dinero que entra en casa, ¿cómo no he de poder pagar esto?». ¿Os suena?
Ejemplos de estos pequeños gastos que nos desvían
- Suscripciones. ¿Quién no tiene alguna suscripción de la cual, bien mirado, no sacamos todo el jugo que esperábamos obtener cuando la contratamos? Vale la pena echar un vistazo a las relativas a revistas, coleccionables, música online…
- Ampliaciones de servicios. Llamamos a nuestra compañía de teléfonos, o de gas, o de luz, y al terminar nos ofrecen a menudo algún producto: un contrato con más datos, o un mantenimiento de la caldera… ¿lo necesitamos?
- Seguros. Me refiero a aquellos que contratamos a raíz de una llamada telefónica o una conversación en la oficina de nuestra entidad financiera. Se trata de productos de poco importe, que firmamos de manera impulsiva sin analizar si son necesarios o si duplican coberturas que ya tenemos: los hay de electrodomésticos, de vida, jurídicos… ¿hacen falta? ¿los hemos utilizado?
- El café, el diario, la caña, el tabaco, y muchas otros pequeños gastos del día a día. Supongo que más de uno de los que me estáis leyendo piensa que si ya no podemos gastar ni eso, ¿para que trabajamos ?. Realmente, ¿es así? Es una cuestión de prioridades: si estos gastos nos impiden hacer otras cosas, podemos tomar conciencia de ello y decidir qué es más importante.
- Comisiones bancarias. Si no estamos ligados a una entidad financiera por culpa de la hipoteca y aún podemos decidir libremente dónde cobramos la nómina, estamos en disposición de negociar sustanciosas rebajas de comisiones que el banco quizás nos está cobrando, y todas ellas sumadas representan un buen cajón de dinero al cabo del año. E incluso cuando estamos ligados existe la posibilidad de hacerlo.
Podemos añadir a todos las anteriores un sinfín más. De hecho, la experiencia demuestra que cada persona o familia tiene las suyas, y sólo se trata de profundizar un poco para descubrirlas.
Como siempre, no hay ningún gasto que sea bueno o malo de por sí: todo pasa por evaluar si ese gasto está en línea con el modelo de vida que queremos, o si tenemos demasiados pequeños gastos que nos desvían del ahorro o de cualquier otro objetivo que nos hayamos propuesto.