La conclusión a la que llego después de haber visto las cuentas de muchos clientes es que en demasiadas ocasiones se hace un mal uso de la tarjeta de crédito.
De hecho, en esta misma línea, confieso que hace tiempo que tengo ganas de escribir sobre este tema. Y he esperado pacientemente hasta el mes de Diciembre para intentar aflorar conciencia de este hecho durante la época del año donde es más probable que se abuse de las tarjetas.
En realidad, para tener presente que en el momento de comprar cualquier cosa perdemos la propiedad del correspondiente dinero no hay nada mejor que abrir el monedero o la cartera y sacar billete a billete. El pago con tarjeta de crédito no permite visualizar cómo marcha el dinero y, por tanto, estoy seguro de que si este «dinero de plástico» no existiera, posiblemente se gastaría menos o con un nivel de conciencia diferente.
Hecho este comentario preliminar, hay que admitir que la tarjeta de crédito es una herramienta muy práctica, pero para que no se nos vuelva en contra hay que usarla siempre correctamente.
El principal mal uso de la tarjeta de crédito
Sólo con que leyendo esta entrada del blog os quedéis con la idea de que sigue, me daré por más que satisfecho: no es nada recomendable utilizar la tarjeta de crédito para financiar gastos más allá del día que toque pagarlos, que normalmente es a finales del mismo mes donde se han efectuado estas compras, o a principios del siguiente.
Si no se hace así, lo que pasa es que se empiezan a aplicar unos intereses que pueden representar aproximadamente entre un 15% y un 25% anual. Y si se decide ir pagando una pequeña cuota mensual, con esos intereses el crédito se puede alargar durante muchos, muchos meses, por lo que se corre el peligro de llegar a desembolsar varias veces el valor de los gastos realizados.
Lamentablemente, me encuentro con muchos clientes en esta situación, y, lo que es peor, esto ni siquiera tiene que ver con que vayan más o menos justos a fin de mes: sencillamente han picado el anzuelo que la entidad financiera les ha puesto para pagar cómodamente (y a un alto interés) sus compras.
Por poner un ejemplo muy gráfico, últimamente he asesorado a un hombre que había contratado una tarjeta de crédito expresamente para hacer un importante pago de 6.000 euros hacía 7 años. Durante todo este tiempo, había estado pagando una modesta cantidad mensual de 120 euros, de los que al principio sólo 18 iban a devolver la deuda real, y el resto (102 euros!) eran intereses. Evidentemente, con esta cantidad de devolución de principal cada mes (que, eso sí, iba subiendo poco a poco), 7 años después aún le quedaba un buen importe para pagar y un excesivo número de cuotas de 120 euros mensuales por delante. Si esta persona no tenía 6.000 euros en su momento y necesitaba imperiosamente hacer el gasto, hubiera sido mucho mejor buscar otra manera de endeudarse.
La pregunta que entiendo que hay que formularnos es cómo es que a veces no llegamos a pagar el saldo pendiente de la tarjeta el día que deberíamos hacerlo.
En este sentido, vale la pena volver a recordar la importancia de lograr la independencia financiera (ver en este link). Con ella, seguramente el cliente del ejemplo no habría tenido que endeudarse.
Y, sobre todo, es fundamental contar con un presupuesto (ver en este link). Cuando tenemos uno, podemos salir de casa sabiendo qué hay que comprar y cuál es el máximo que podemos invertir en ello. Si disponemos de esta información, disfrutaremos de la tranquilidad que da la certeza de poder pagar a fin de mes el saldo de la tarjeta de crédito. Así, este medio de pago recupera su gran utilidad: poder gastar (hasta donde se puede) sin llevar dinero encima.
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