Ya hace días que me ronda por la cabeza escribir sobre el ahorro.
Nuestros padres y, sobre todo, nuestros abuelos, ahorraban todo lo que podían sin saber exactamente para qué. Me comentaba un amigo asesor fiscal hace unos años que confeccionaba la declaración del IRPF a abuelos que tenían pequeñas fortunas en cajas de ahorro con una remuneración muy baja. En muchos casos se trataba de importes que, con una rápida negociación, hubieran rendido bastante más, pero en esa época había muchos pequeños ahorradores que estaban dispuestos a obtener un rendimiento modesto de su dinero siempre que éste estuviera en una caja de ahorros, porque entonces se consideraba (¡cómo han cambiado los tiempos!) que este tipo de entidades daban una mayor seguridad a sus clientes.
La cuestión es que en muchas ocasiones estos abuelos acababan muriéndose después de haber disfrutado de una calidad de vida muy por debajo de lo que el dinero que tenían ahorrado les hubiera permitido. Y eran los herederos los que se encontraban, de golpe y sin esfuerzo, con un capital que les permitía acceder rápidamente a un nivel de vida al que posiblemente sin esa ayuda habrían llegado más tarde, o, quién sabe, tal vez nunca.
Bajo mi punto de vista, la combinación de éste y otros factores llevó probablemente a pasar en su momento de una cultura del ahorro a una del gasto, y cuando el ahorro no fue suficiente para mantener un cierto nivel de vida, se dio el salto a la cultura del endeudamiento: allí donde con los ingresos ordinarios no se llegaba, el crédito ayudaba a ello. Evidentemente, tal como ya menciono en otras entradas del blog, el sistema bancario, y, el Estado como regulador del mismo, también han ayudado mucho a este cambio cultural, dando muy fácil acceso a todo tipo de préstamos.
Yo considero necesario volver a una cierta cultura del ahorro, pero enfocado a objetivos concretos. Debemos saber para qué ahorramos, y, llegado el momento, debemos saber disfrutar del ahorro conseguido.
Esto nos lleva a la necesidad de planificar un poco. ¿Cómo ahorramos?. Hasta hace muy poco, una gran mayoría de la población acudía a entidades bancarias, que ofrecían toda una serie de productos de ahorro. Se suponía que confiándoles nuestro dinero se producía una situación en la que todo el mundo ganaba: por una parte, el ahorrador obtenía un buen rendimiento, y, por otra, la entidad se ganaba una comisión o ponía a trabajar los ahorros de sus clientes en inversiones que rendían lo suficiente para remunerarlos y generar una ganancia adicional para la entidad. Lamentablemente, las hechos han demostrado que, en ocasiones, dichas entidades han obrado sobre todo en su interés, y muy poco en beneficio de sus clientes.
Por tanto, ¿qué podemos hacer a partir de ahora?. En mi opinión, debemos tener claro que los responsables de lo que pase con nuestros ahorros somos nosotros mismos. Invertimos una gran parte de nuestra vida en trabajar y gracias a este esfuerzo logramos, en el mejor de los casos, un capital ahorrado. ¿Somos conscientes de las horas que hemos dedicado a generar el dinero que hemos ahorrado?. Si tomamos consciencia de ello, deberá sernos muy fácil responsabilizarnos de lo que suceda a partir de ahora con él, e invertir el tiempo que sea preciso para que ese dinero trabaje para nosotros. Porque, ¿hemos comparado el tiempo que dedicamos a visitar concesionarios cuando queremos cambiar de coche con el tiempo que invertimos en decidir en qué productos ponemos nuestro ahorro?. Resultaba muy cómodo delegar esta responsabilidad en una entidad bancaria, pero este modelo ha quedado roto.
A mi entender, en cuestión de ahorro el futuro pasa por los siguientes pasos:
- Saber para qué ahorramos
- Recopilar información sobre los productos en los que podemos invertir, acudiendo a entidades financieras si es necesario
- Entender cada uno de estos productos, si en preciso con la ayuda de un profesional independiente
- Decidir dónde invertimos
- Ejecutar la decisión tomada
De nuevo, consciencia y responsabilidad. Consciencia de lo que queremos y de lo que disponemos para conseguirlo, responsabilidad para tomar las decisiones que respeten nuestra propia consciencia.